Motivos de consulta

Motivos de

consulta

Los motivos que llevan a una persona a la consulta de psicología pueden ser tantos que no serviría de mucho intentar describirlos todos aquí. Lo que sí me parece importante señalar es que los síntomas más frecuentes que los acompañan son la angustia y la tristeza.

Angustia

La angustia es propia de la condición humana; la conocida expresión «angustia existencial» señala una experiencia que afecta a la vida de una forma difícil de soportar. Se relaciona con el miedo de una forma especial porque siempre es excesiva en relación con algo que no se sabe identificar.
La crisis de angustia aparece de repente y es una experiencia corporal que se siente en el cuerpo de forma radical. Puede surgir ante la irrupción de un suceso inesperado que desborda a la persona. Aparece entonces el miedo a morir, a perder el control, a enloquecer, presión en el pecho, taquicardia, mareos y otras manifestaciones corporales.
Sin embargo, a menudo se experimenta angustia de forma continua, sin poder identificar la razón, sin que haya pasado algo que sirva de explicación. Se sufre un temor siempre presente, latente, que altera profundamente la vida de la persona sin que pueda entender por qué le está pasando.
La necesidad de encontrar una explicación suele llevar a centrarse en los síntomas físicos, tan molestos. De esta forma ocupan el centro de atención y ocultan otros aspectos de la vida que siempre están implicados. Es importante ir un poco más allá, pararse a pensar y preguntarse qué nos está ocurriendo.
El proceso de tratamiento pasa por las palabras que, en un primer momento, crean una red protectora que alivia y sirve de orientación. Más tarde, a medida que la angustia va cediendo, las palabras asocian, relacionan y descubren; ah, era esto.

Tristeza

A lo largo de la vida experimentamos episodios de tristeza con mayor o menor frecuencia, pero acaban por pasar. Se relacionan con sucesos concretos que, una vez resueltos, devuelven a la persona a un estado de ánimo vital y activo.
La tristeza persistente, en cambio, se caracteriza por un sentimiento de exilio de la vida, un doloroso alejamiento de todo lo que antes le daba sentido. La apatía sustituye a las ganas de vivir, dejando al sufriente en la soledad y el aislamiento. Cualquier pensamiento se convierte en recuerdo nostálgico del pasado, que le atrapa en una sensación permanente de pérdida. El mundo, su vida, se vuelve gris.

Limitarse a tratar la tristeza poniéndole la etiqueta diagnóstica de depresión acompañada de su habitual tratamiento farmacológico la convierte en un mal a combatir que no necesita preguntas.

«Como si el malestar que anuncia una tristeza no fuese justamente
la posibilidad a una pregunta que traería una variación » (Sofía Guggiari).

El tratamiento de la tristeza busca, precisamente, una variación. Es un proceso necesariamente lento mediante una escucha atenta de lo que se repite hasta que algo, por pequeño que sea, empieza a cambiar. Las personas tristes se aferran a su tristeza, es necesario cierto coraje para empezar a hacerse preguntas. Aceptar que el pasado ya se fue, volver a pensar en lo que se ha cedido del propio deseo sin saber cómo ni por qué.
Se trataría, en cierto modo, de un tránsito. De «no tengo ganas de vivir» a «no tengo ganas de vivir… así».