El dolor o la tristeza no son enfermedades
Todas las personas pasamos por periodos de malestar y conflictos a lo largo de la vida. El dolor, las pérdidas o la tristeza son parte de nuestra experiencia vital, no enfermedades, y generalmente encontramos la forma de afrontarlos con nuestros propios recursos y los apoyos de nuestro entorno. Necesitan su tiempo de elaboración, sabemos qué hacer (o dejar de hacer) y, una vez encauzados, podemos recuperarnos y seguir adelante sin necesidad de acudir a un profesional.
Escuchar lo que no va bien
Sin embargo, no siempre sucede así. Surgen conflictos que derivan hacia callejones sin salida, sufrimos pérdidas difíciles de aceptar, persistan malestares aparentemente inexplicables, no entendemos lo que nos pasa y sentimos un sufrimiento difícil de soportar. Aparecen síntomas (compulsiones, angustia, tristeza…) que nos dicen, a su manera, que algo no va bien y conviene atenderlo.
El síntoma insiste
Pensar que todo ese malestar que sentimos es «negativo» puede llevar a ocultarlo. Es muy frecuente asumir como verdad que es un fracaso no ser felices todo el tiempo. Eso nos lleva al intento, muchas veces apresurado, de resolver la situación a toda prisa, sin pararse a escuchar lo que el síntoma nos dice. Esto puede ser un problema añadido. El síntoma insiste y no se deja acallar tan fácilmente.
Hacer algo diferente
Cada persona necesita su tiempo para decidirse a hacer algo diferente. Podemos parar, aunque sea un momento, ese ritmo frenético que nos impide pensar, buscar, preguntar.
Iniciar un proceso terapéutico puede ser el inicio de un deseo por construir algo nuevo, fuera del repertorio habitual, tan conocido. Comenzar a poner palabras a eso que nos pasa y elaborarlo abre camino, alivia el sufrimiento y permite que aparezcan otras cosas, esas que devuelven la alegría y las ganas de vivir.