Cómo trabajo
Los años de estudio y experiencia me han servido para crear mi propio estilo, con la ayuda de la formación y la influencia de algunas personas cuyo saber me ha guiado siempre. Aunque inevitablemente híbrida, mi orientación es psicoanalítica: la escucha, el síntoma como brújula y la relación terapéutica son los pilares básicos de mi trabajo.
La escucha analítica presta atención a todo lo que las personas quieren contar sobre su malestar, eso que les ha llevado a consulta. Pero va más allá; escucha las narraciones – a menudo rígidamente fijadas- y también los lapsus, los sueños, los chistes, todo lo que aparece sin darnos cuenta cuando nos dejamos hablar. Lo que sorprende. Un saber inconsciente que emerge poco a poco en el transcurso de las sesiones.
En cierta ocasión, una paciente de Sigmund Freud le dijo: «Deje de preguntarme de dónde procede esto o aquello y escuche lo que quiero decirle». Freud tuvo la lucidez de hacerle caso. Aprendió de aquella mujer que no es cuestión de preguntar todo el tiempo sobre el por qué de las cosas. ¡Había que escuchar!
Una escucha que no juzga ni prescribe, hace que sea más fácil ponerle palabras a eso que nos hace sufrir y que, a menudo, nos cuesta contar a las personas más cercanas; por no preocuparles, porque nos sentimos incomprendidos, por falta de confianza, etc. Ser escuchado permite poder escucharse.
Un síntoma, en sentido general, es una señal o indicio de que algo está sucediendo o va a suceder. Existen síntomas objetivos que se pueden observar desde fuera, como la tos, o incluso medir, como la fiebre. Los síntomas subjetivos, en cambio, los experimenta cada persona. A menudo con mucha intensidad, pero no siempre son observables ni desde luego medibles desde el exterior. La tristeza, la angustia, la irritabilidad, son algunos síntomas subjetivos, es decir, afectan a cada persona de una forma particular y no hay termómetro fiable para explicar y tratar esas señales.
Es frecuente la demanda de un especialista en un síntoma específico. Se busca a alguien que sepa mucho sobre ese malestar concreto que nos afecta, como garantía de que tendrá solución. No es tan sencillo; un síntoma siempre señala algo pero nunca deja claro hacia dónde apunta. Un saber especializado en un determinado síntoma no dice gran cosa sobre la vivencia particular de la persona que lo sufre. Por ej., saber mucho sobre la ansiedad en general (las señales características que lo definen) no es lo mismo que entender lo que le pasa a una persona concreta que dice sentirse ansiosa. Además, el mismo síntoma (p.ej., tristeza) puede surgir de experiencias muy diferentes. Lo que a una persona le afecta profundamente y le trastoca la vida, a otra puede afectarle de forma superficial y pasajera.
Cómo se experimenta un determinado síntoma siempre es particular y está relacionado con la propia historia. Es necesario escucharla. Lo que siente, cómo lo vive y qué relación tiene con su vida. Los síntomas tienen que ver con el mundo que habitamos y nos habita.
Para poder escuchar lo que cada persona dice, su forma de contar lo que le afecta, es importante dejar de lado prejuicios y opiniones. No estamos ahí para juzgar sobre lo «erróneo» de sus conflictos y malestares.
Esta posición de partida facilita una relación diferente a otras. Por una parte, confianza en que la persona que escucha ha hecho su propio trabajo personal y eso le permite filtrar juicios, separar lo suyo y dejarlo de lado para que no interfiera en el tratamiento. Por otra, surge un clima de tranquila intimidad que anima a hablar, a dejarse llevar y liberarse de la autocensura.
Las sesiones no son un espacio únicamente para desahogarse, aunque también sirvan para eso. Tampoco son conversaciones entre amigos. Permiten a cada persona hablar de otras cosas, preguntarse sobre sí misma y lo que le ocurre de una forma distinta a la ya conocida. Las ganas de saber más es uno de los efectos de esa relación y el motor del cambio que va surgiendo en su vida cotidiana.