Bidebarrieta3 Psicología

Bases de mi trabajo

Los años de estudio y experiencia me han servido para crear mi propio estilo, con el apoyo de algunas personas cuyo saber me ha guiado siempre.

 Basándome en todo ese recorrido, podría decir que los pilares básicos de mi trabajo son una escucha atenta de lo que se dice y omite, y el síntoma como brújula.

La escucha

La escucha analítica pone atención a todo lo que se dice, pero va más allá de la recogida de datos y anécdotas del paciente. Presta especial atención a su forma de vivir, de entender el mundo y a sí mismo. Las historias contadas están llenas de personajes, diálogos y escenarios que van más allá de la conciencia, operan desde el inconsciente y pueden ser descubiertos mediante los lapsus, los sueños y el discurso diario. Todo lo que aparece sin darnos cuenta cuando nos dejamos hablar. Lo que sorprende.

Para escuchar de esta especial manera, es necesario guardar silencio, acallar prejuicios, opiniones y deseos, para poder escuchar lo que el paciente dice con la palabra y con el cuerpo. Sus silencios, su voz, sus síntomas, son textos que se pueden leer con una escucha atenta liberada (en lo posible) de prejuicios.

Una escucha que no juzga ni prescribe hace que sea más fácil ponerle palabras a eso que causa sufrimiento y que, a menudo, cuesta contar a las personas más cercanas. Por no preocuparles, porque nos sentimos incomprendidos, por falta de confianza, etc.

Estas condiciones permiten a las personas que acuden a consulta una forma de hablar diferente a otras. No es una conversación de amigos, ni se trata de hablar sin parar mientras el psicólogo permanece totalmente callado. Es una dialéctica entre diferentes que hace resonar algo en cada paciente que le permite preguntarse sobre sí misma haciendo surgir una novedad.
Ser escuchado permite poder escucharse.

En cierta ocasión, una paciente de Sigmund Freud le dijo:

«¡Deje de preguntarme de dónde procede esto o aquello y escuche lo que quiero decirle!». 

Freud tuvo la lucidez de hacerle caso. Aprendió de aquella mujer que no es cuestión de preguntar todo el tiempo sobre el por qué de las cosas. ¡Había que escuchar!

El síntoma

Un síntoma, en sentido general, es una señal o indicio de que algo está sucediendo o va a suceder. Una forma de aviso, en cierto modo. Existen síntomas objetivos que se pueden observar desde fuera, como la tos, o incluso medir, como la fiebre. Los síntomas subjetivos, en cambio, los experimenta cada persona «dentro de sí misma» y, por muy intensos que sean, no se pueden medir con exactitud por muchas escalas que se apliquen. Son formas de aviso también, pero de una ambigüedad característica. La tristeza o la angustia son síntomas subjetivos, es decir, afectan a cada persona de una forma particular y no hay termómetro fiable para explicarlos y tratarlos. Su abordaje necesita en primer lugar poner palabras a ese malestar que se presenta tantas veces como «inexplicable».

Es frecuente la demanda de un especialista en un síntoma. Alquien que «sepa mucho» sobre el malestar concreto que le afecta, como garantía de que sabrá aplicar un remedio igualmente concreto para aliviarlo. No es tan sencillo. Por ej., saber mucho sobre la ansiedad en general no es lo mismo que comprender lo que le ocurre a una persona concreta que dice sentirse ansiosa. Muchas personas sufren de ansiedad pero cada cual lo hace a su manera y por causas diferentes. Lo que a una persona le afeca profundamente y trastoca su vida, para otra puede ser una experiencia más superficial y pasajera.

La forma en que una persona experimenta un determinado síntoma siempre es la suya en particular y se relaciona con su propia historia. Es necesario escucharla. Lo que siente, cómo lo vive y qué relación tiene con su vida.
Los síntomas tienen que ver con el mundo que habitamos y nos habita.